Mi vida en 2030
Y por fin llegó el día
en el que me dieron la noticia de que había aprobado la oposición y, lo más
importante, había conseguido plaza en un centro. Creí que era uno de los momentos
más emocionantes de mi vida o, al menos, de estos últimos años en los que me
había pasado los días sentada frente a una pared, rodeada de libros y apuntes. Pero
sí, al fin, en el año 2030 había conseguido mi propósito.
Dos días más tarde
llegué al instituto en el que debía comenzar mi labor como docente. Perdón, ¿He
dicho instituto? En mis años de estudiante he de decir que ese era el nombre,
pero reconozco que eso parecía cualquier cosa antes que un instituto.
Me encontré frente a
unos muros blancos, metalizados, en los que apenas había ventanas. Los techos
eran increíblemente altos, y las luces tan blancas que era imposible ver con
claridad a la persona que tenías enfrente. Estaba totalmente perdida en aquel
pasadizo, cuando al fin, pitó la sirena que anunciaba la entrada a clase. Al menos ese sonido me resultaba familiar…
Comenzaron a aparecer
estudiantes por todos los sitios pero no logré que ninguno me dijera cuál era
la clase de 3ºB de la ESO. Todos los alumnos miraban a unas pantallas que
llevaban en las manos y ni siquiera hablaban los unos con los otros. Aún no
logro entender la agilidad que tenían para esquivarse.
Diez minutos más tarde,
logré encontrar la clase pero no podía creerme lo que estaba viendo. Todos los
alumnos llevaban unas gafas totalmente digitalizadas y unos cascos en el que
escuchaban la lección. Observé detenidamente las gafas ¡Eran increíbles!
Pasaban imágenes a una velocidad fuera de lo normal. Además, aquellas “gafas”
no paraban de pronunciar datos y datos, aparecían flechas, mapas conceptuales,
todo me resultaba un caos. No lograba entender absolutamente nada, ¿Qué estaba
pasando?, ¿Qué me había perdido durante todos estos años?, ¿Quiénes eran estas
máquinas de procesar información? Y sobre todo ¿Qué hacía yo en medio de todo
esto?, ¿Qué podía enseñar que no pudieran ver en aquel artilugio?
Llegué a mi casa
totalmente desolada, no entendía para qué me necesitaban en un sitio en el que
los alumnos tenían toda la información en la palma de su mano. Tras una larga
noche de reflexión, llegué al instituto a la mañana siguiente con la mentalidad
totalmente cambiada. Sí, era cierto, esas máquinas podían enseñarles fechas,
datos, imágenes… Pero no podían enseñarles a pensar, a reflexionar, a entender
el porqué de las cosas, a disfrutar leyendo o a sentirse protagonistas de una
historia y, sobre todo, no podían enseñarles a madurar como seres inteligentes
e independientes y esa era mi labor como docente.
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