Despierto, abro los ojos costosamente porque los rallos del
sol se fijan en mis párpados. Intento hacer memoria de todo lo ocurrido pero no
encuentro respuesta. “TIC, TAC, TIC, TAC”
eso es lo único que escucho. Me levanto del suelo lentamente y miro la hora que
ese punzante reloj marca. “TIC, TAC, TIC,
TAC…” parece que es él el que me va guiando, el que va contando mis pasos.
No recuerdo nada. De repente, levanto sigilosamente la cabeza con miedo a ver
lo que me podía encontrar. Una escena sobrecogedora vislumbro. Comienzo a contar
cuánta gente hay allí conmigo en ese pequeño espacio. Unos veinticinco niños y
niñas, de unos quince años, me miran extrañados y no comprenden nada.
No recuerdo nada, entre todos intentamos adivinar qué ha sucedido.
Tras minutos de amnesia, los chicos van acordándose tímidamente de lo que es
todo aquello: uno dice que él cree que está en ese lugar para aprender; otro
que yo era la que enseñaba; otra alumna añade que yo les ayudaba a leer y
escribir correctamente… Pero, la oscuridad llegó a aquel centro y todo se
transformó.
Tras minutos agónicos que el reloj marcaba, empiezo a
recordarlo todo.
Sí, esa era mi tarea desde que aprobara la oposición allá
por el 2020.
De pronto me vienen flashes
del pasado a la memoria. Recuerdo llegar al instituto y entrar en ese centro con
mi portátil hablador, el que me organizaba la tarea de cada día. En la clase
las pizarras digitales y las pantallas de ordenador estaban por todos los lados
permitiendo la conexión en cualquier minuto. Podíamos ver todo lo que en las
otras aulas se enseñaba, los alumnos podían acceder a cualquier sitio de
Internet ya que todos tenían un ordenador propio,… Y, es que, todo lo habían
absorbido las nuevas tecnologías e incluso los robots tenían su lugar y se
encargaban de que todo estuviera perfecto: Directic, el director del centro, o
Robotic, el secretario, son los que ahora me vienen a la mente.
“-Pero qué ha ocurrido. ¡NO PUEDE SER, NO PUEDE SER! – Me digo
con furia”.
Ahora recuerdo que el “chip” que nos introdujeron en el
cerebro a todos los docentes con el fin de dar clase de una manera perfecta (poder
mostrar a los alumnos textos solamente con pensarlos, escribir en la pizarra
sin coger ningún utensilio y realizar preguntas sin emplear la palabra) ya no
funcionaba… El pensamiento era el que nos dominaba a los docentes, gracias al
chip nos conectaba con los ordenadores de los alumnos, con los otros chips de
los profesores con el fin de resolver cualquier duda, acudir a la biblioteca
digital o incluso ayudar a los alumnos cuando tenían dudas en sus casas sobre
alguna tarea.
Todos estábamos conectados cada segundo.
Ahora, el chip murió y toda la tecnología llegó a su fin,
pero por qué.
Ahora, intento recordar a algún autor,… NADA,….algún
verso….NADA,…. Deletrear el alfabeto….NADA…. Me doy cuenta de la fe que
deposité en esos instrumentos. Ahora ya no queda NADA.
Ahora, en el 2030, he de intentar enseñar a mis alumnos lo
más básico de la lengua y la literatura partiendo de los escasos conocimientos
que se guardaron en mi mente y no en el chip.
Cómo les explicó qué es el papel, qué son los lápices, cómo
se escribe con la mano el trazado de las letras, cómo entenderán lo que eran
los libros tradicionales, las bibliotecas físicas, las aulas sin ordenadores…
Intento hacer memoria por recordar mis años en el instituto donde el método de
trabajo era así, pero cómo lo podíamos hacer sin ninguna tecnología.
Salgo de la clase abrumada y pensando que esta vez la
predicción Maya sobre el fin de la era digital se cumplió, esta vez sí ocurrió.
Las TIC, los chips y toda la información que en ellos se depositaron
desaparecieron.
Ahora sí ocurrió y nadie se protegió ante ello porque su
última profecía sobre el fin del mundo, creo que fue por el 2012, no se
realizó. Sin embargo, esta vez sí tenían razón. Y ahora qué.
El TIC-TAC del
reloj retrocedió y toda la lengua y la literatura se perdieron con las TIC.
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